Mi mamá no me decía que era lista, sino para puntualizar que había hecho alguna pendejada. Así decía 'como alguien tan listo puede hacer tantas pendejadas', y así yo sabía que yo era lista... pero incapaz de poner mi astucia en práctica.
Mi mamá no es tan mal hablada como las demás mujeres de la familia, a lo mejor por eso sus 'pendejadas' me sabían tan amargas. Pintarme las uñas de azul, copiar en un examen de matemáticas, querer ir al cine sola con mis amiguitas los viernes, todo eran pendejadas. Y con los años se volvieron peores. Emborracharme, reprobar, irme de la casa a los 18.
Hay que darle crédito, gracias a esa educación férrea, nunca tomo una decisión sin estar absolutamente segura de que es rotundamente equívoca...
Cuando yo tenía 13 años, mi mamá y mi hermana mayor (que creció en la URSS así que no hay que culparla) me dijeron que mi inteligencia le pertenecía al Estado. Yo no sé si a esa edad yo sabía que era el Estado, pero alguna idea he de haber tenido porque el subcomandante Marcos ya estaba de moda. Y debió darme mucha angustia ya desde entonces, esta noción de retribución patriótica de la que fui a entender muy poco años más tarde, estudiando en una Facultad conocida por su 'militancia'.
Tampoco nadie me ha aclarado si mi inteligencia le pertenece al Estado Mexicano o a la Federación Rusa, teniendo dos nacionalidades como al parecer tengo, y tampoco sé que quiere el Estado con mi inteligencia, de la que además ya habíamos establecido que no sirve para nada.
Hay algo que mi madre no me reprochó nunca (y hasta ahora tampoco el Estado): Haber estudiado literatura. Mi madre, una de esas mujeres de su generación que se hicieron a si mismas a base de un feminismo fúrico (que no iracundo) ahora tan malentendido, sólo respetaba dos cosas: a su propia madre y a los libros. Y como única y edípica respuesta, yo crecí adorando ambas cosas.
Yo amé así a mi madre, despreciando todo lo que a ella le parecía importante para sus hijas, los estudios, el crecimiento profesional, la institución familiar...
Pero amando en lo más hondo a sus dos grandes paradigmas, la literatura y mi abuela (que en mi confundida mente infantil se hicieron una sola entidad ahora inseparable).
Así que estudié literatura y no amé a ningún hombre, (porque yo pensaba que eso era ser feminista) y pensé que cuando fuera grande el Estado y mi madre estarían orgullosos de mí y me darían las gracias por mis palabras (que por supuesto no sabía yo cuales eran pero sospechaba que llegarían un día y significarían todo)
Así que estudié literatura y nadie me lo reprochó nunca, salvo yo misma, porque si hay algo que me ha roto el corazón una y otra vez son las palabras, y si hay algo que claramente no se utilizar son las palabras, y si hay algo que sirve de medio a las pendejadas son las palabras y si hay algo que no le devolverá nada a nadie, ni le retribuirá nada a mi madre, ni me dará consuelo son mis palabras
Por eso mismo, y por mi educación comunista, este texto no le pertenece a nadie, y no termina nunca