miércoles, 22 de mayo de 2013

La muerte del 'memorión'

En tiempos de Mahoma, en la península arábiga, se confiaba más en la memoria que en la escritura.

Antes de que el califa Umar ordenara la compilación y el registro de las azoras existentes, por temor a que los musulmanes interpretaran las revelaciones demasiado libremente y su pueblo terminara pareciéndose 'a los judíos o a los cristianos' el conocimiento de lo que es considerado la obra con mayor valor literario de la cultura islámica, estaba depositada (salvo por algunas inscripciones en piedras y pieles de camello) en la memoria de jóvenes aprendices y poetas.

Tan importante, y confiable era la transmisión oral del conocimiento, que el sistema gráfico de aquel entonces no contaba con vocales y carecía de un complejo sistema de puntuación o de acentuación, y las consonantes, más que formar palabras en sí mismas, eran una especie de recordatorio, de guía, para que aquel que conocía de memoria los versos, los recitara imprimiéndoles el tono adecuado.

Siglos antes, Cayo Tito ya decía ante el senado  romano su famosa cita 'Lo dicho vuela, lo escrito permanece', (Verba volant scripta manent), dando por sentado la necesidad de firmar contratos para establecer acuerdos. Un apretón de manos, un juramento, no tenía valor alguno si no había de por medio una firma. Había que materializar en la realidad física, en el papel, la piedra, lo que había sido creado en la realidad de las ideas.

El derecho romano, estaba basado en ese precepto.
El derecho islámico, en cambio, fue fundado sobre las bases de la tradición y el consenso. El libro sagrado del Islam, estaba mejor guardado en la mente de los jóvenes poetas y futuros imanes. Con la muerte de uno de estos jóvenes en batalla, se perdía una biblioteca.

Lo más probable es que estas dos realidades aisladas, no revelen nada sobre la forma de pensar de sus determinados pueblos, de los imperios que estos fundaron, pero quizás si nos digan algo sobre nosotros, quienes hemos sido, finalmente, quienes los han interpretado, a través de los textos, y de la memoria, pero sobre todo a través de los huecos en ambas, donde lo que hay más que un túnel es un espejo.

Con perdón de Cayo Tito, lo escrito también vuela y lo pronunciado también permanece, pero nosotros mismos, los eternos interpretadores, a lo largo de los siglos, y las eras, en realidad no cambiamos tanto...









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